dilluns, 8 d’agost del 2011

Señora del Infierno.


Una vez más su acentuado sonambulismo le había jugado una mala pasada, pero, por suerte o por desgracia esta vez sería la última.
Salió de casa inconscientemente, vestida solamente con el camisón de seda blanca de manga larga que le llegaba hasta los pies dándole una apariencia fantasmagórica.
Llegó a la playa y estuvo largo rato deambulando por la orilla mientras su larga y rizada melena ondeaba al compás del viento y se confundía con la noche.
Se estremeció de pies a cabeza, pero dado que estaba profundamente dormida a penas lo percibió, y con la mirada perdida en el horizonte imperceptible se sentó en la arena abrazando sus rodillas, dejando que las olas mojasen sus pies.
Otra vez se estremeció, volvió a no ser consciente de ello, aunque esta vez la sensación fue mucho más fuerte, pero la joven permaneció inmóvil frente al mar, ajena a todo lo que la rodeaba, incluida una extraña figura alargada y delgada que la observaba desde lejos.
Poco a poco la oscura figura se fue acercando a ella y una vez se hubo situado justo detrás, con un suave gesto la levantó de la orilla. La joven seguía dormida. Y la condujo hacia el agua, penetrando en ella hasta que ésta les cubrió las rodillas, entonces se acercaron lentamente hacia un rompeolas que había no demasiado lejos. Pero cuando se encontraban a medio camino se detuvieron y entonces la figura extraña se detuvo, y con ella la joven, la rodeó con sus finos brazos, con fuerza, y sin dejar de lado la delicadeza que mostraba en cada gesto le arañó la espalda, rasgando así sus vestiduras, mientras suspiraba junto a su cuello, aspirando su olor y murmurando ininteligibles palabras en un idioma desconocido. Los ojos casi amarillos de aquel ser brillaron con intensidad, se acercaron aun más al rompeolas hasta llegar a la entrada de una cueva que había entre las rocas, allí el oscuro ser repitió los mismos gestos, haciendo sangrar la espalda y los brazos de la joven. El camisón cedió a sus uñas desgarrándose desde el cuello hasta el codo, para luego dejar un pecho de ella al descubierto, el ser mordió su hombro y la sangre empezó a brotar, ante esto la mujer recobró el sentido casi por completo, pues había despertado pero se encontraba en una especie de trance el cual le impedía reaccionar. El viento sopló removiendo así las telas, la túnica negra del individuo se abrió y se desplegó por lo que la joven mujer consiguió adivinar gracias a la luz de la luna el cuerpo casi perfecto, delgado y blanco como un cadáver de una mujer, hermoso a la vez que tenebroso, y cuando la capucha hubo sucumbido al viento de la noche dejó al descubierto el rostro más hermoso que pudo haber imaginado, pálido, casi enfermizo que contrastaba con el rojo intenso de sus carnosos labios, rojos como su larga melena que también ondeaba al viento. La joven quedó fascinada, pero a pesar de su belleza aquella otra mujer era un ser diabólico, y quedó marcada en su cara una mueca de auténtico terror.
A la otra mujer pareció no importare lo más  mínimo aquello, siguió susurrando extrañas palabras, la besó en los labios sutilmente y luego le mordió el cuello repetidas veces cada cual más fuerte hasta que consiguió perforar su piel. En ese preciso instante la joven consiguió despertar de su trance, la otra mujer separó la cara de ella dedicándole una sonrisa de satisfacción a la vez que un hilo de sangre caía desde la comisura de sus labios hasta su barbilla para luego gotear sobre su pecho descubierto. Con una fuerza sobrenatural hundió su mano en el pecho de la otra fémina y le arrancó con su mano el corazón, lo observó y su sonrisa se ensanchó. La joven, aun consciente, dejó salir un grito desgarrador de su garganta en el que, a su vez, se entremezclaron notas de una pasión desbordante. Pero esto solo fue durante un fugaz segundo, pues el cuerpo sangrante de la joven se desplomó y seguidamente fue conducido al interior de la cueva donde se encontraban cientos de personas que habían corrido la misma suerte.
Seguidamente, la mujer de los ojos amarillos deambuló por la orilla de la playa, yéndose a sentar mientras abrazaba sus rodillas con la mirada fija en un horizonte apenas perceptible.
Sus ojos se clavaron en un hombre, al que, una vez más, su acentuado sonambulismo le había jugado una mala pasada, pero, por suerte o por desgracia esta vez sería la última.